Las últimas jornadas en el Chaco boliviano nos dieron la posibilidad de conocer una de las reservas naturales más importantes de Sudamérica, el Parque Nacional Kaa-Iya, donde habitan especies animales únicas en el mundo en el mejor estado de conservación posible, un espacio de tres millones y medio de hectáreas donde también sobrevive el último grupo indígena en aislamiento voluntario que queda en América fuera de la Amazonía, los ayoreo.
Tierra de grandes felinos como jaguares y pumas, también de tapires, monos, tortugas e infinidad de aves, así como de centenares de especies aún por conocer y catalogar, Kaa-Iya nos recibe con su exhuberante naturaleza y sus voluntariosos guardabosques.
Nos hospedamos en uno de los magníficos refugios del parque. Las vigorosas hormigas se alegran de vernos y a más de uno nos trepan sin piedad por las piernas. Llegamos de noche después de atravesar la sierra preandina que enmarca este ambiente tropical que se vuelve seco cuando las lluvias se alejan.
Dormimos respirando aire puro y a la mañana siguiente nos dividimos en pequeños grupos para acompañar a los vigilantes del lugar, gente sabia y comprometida con el medio ambiente, todos miembros de pueblos indígenas de la zona.
Gracias a ellos podemos aprender la forma de las huellas de tapires y pumas que nos vamos encontrando por el camino, empezamos a reconocer sonidos increíbles como los de las ranas que rodean las lagunas o los de los monos que perciben nuestra presencia pero deciden acompañarnos de rama en rama en nuestro paseo.
El guarda Nicolás Aguilera, miembro del pueblo guaraní, se esfuerza por responder a todas nuestras preguntas e identificar cada planta y árbol que aparece ante nosotros.
También Francisco Vargas nos traslada por senderos imposibles de detectar para el ojo extraño.
La naturaleza se mezcla con la mística, estamos en pleno territorio ancestral del pueblo autóctono ayoreo, donde los últimos grupos de este pueblo que viven aislados voluntariamente desarrollan su día a día tal cual lo hacían antes de la llegada de la colonización española.
Están ahí, pero no hay forma de verlos, y es mejor que así sea para no perturbar su ya amenazada existencia, pero la mirada experta de los guardabosques detectan en el suelo restos de cerámicas, bien de platos o vasijas que usan para trasladar sus víveres.
También encontramos huecos en los árboles, hechos por ellos para alcanzar la miel que consumen habitualmente. Se hace de noche y vemos zorros (aguara’i, en idioma guaraní) y más huellas de tapires que salen a pasear con sus crías.
Los guardas nos muestran mapas y vídeos que identifican las amenazas del parque, en sus alrededores aparecen ya focos de calor fruto de la deforestación que avanza sin cesar atrayendo a ganaderos y a cazadores furtivos.
Tomamos nota de sus fundadas preocupaciones y les felicitamos por su trabajo, sin ellos quizá el parque estaría invadido por personas de mala fe.
Felices de compartir dos noches y tantas horas seguidas con un entorno natural tan impresionante recogemos nuestros bultos y ponemos rumbo al sur de Bolivia, desde donde más tarde arrancamos nuestra tercera etapa del viaje, el Chaco paraguayo.