Por Lia Colombino
Entramos en territorio ishir. En mi recuerdo aparecen una multitud de nombres, ebytoso y tomáraho. Nombro tres. Ogwa (o Flores Balbuena, siempre dos nombres para vivir entre culturas), su línea urgente que dibuja lo que recuerda del mito y Clemente López, este último en la oficina de Ticio Escobar, diciéndome cosas, un día con biblia en mano, otra con la maraca que con él canta (ambos, figuras potentes de la cultura ebytoso). Luego, Bruno Sánchez, Tamusía (chamán tomáraho), a quien yo quería mucho. El solía hablar conmigo, pero solo cuando esbozaba una sonrisa me miraba a los ojos, como si no valiera la pena mirar dentro de uno sin la sonrisa plena. Cuando quería decir «comunidad», decía «comodidad», y a mí ese concepto me parecía el más acertado. Recuerdo, en el medio, a Nicolás Richard que decía de Bruno que era un Emperador. Las plumas más hermosas las enhebraba él. Un artista, un poeta de la pluma, Bruno. Tanto Ogwa como él, nos han dejado hace algunos años. Llegamos a Puerto Diana, uno de los enclaves ebytoso. Aculturados hace tiempo debido a las tantas explotaciones sufridas: la industria y la guerra, vulnerados por la política partidaria y la evangelización, han estado en medio de la historia paraguaya, desde principios del siglo XX. Y allí siguen. «Son sobrevivientes», me había dicho Ticio.
Y yo agrego aquello sartreriano de que hacen lo que pueden con lo que de ellos hicieron. Nuestra visita se reduce a tener una reunión organizada por UCINI (Unión de Naciones Indígenas Ishir), asociación que nuclea a las comunidades ishir ebytoso. ¿Por qué María Elena, comunidad tomáraho, no es parte? Ellos no estuvieron de acuerdo, nos comentan. Luego, Aníbal Royg, anciano de la comunidad nos diría en charla acotada: «Ellos no juegan pelota», haciendo alusión a que los tomáraho no negocian ciertas cuestiones. Nos encontramos en la escuela. Los representantes de la comunidad se presentan y nosotros también. Entre las presentaciones habla Ramón Ceballos, chamán nacido en 1925. Nos cuenta todo el poder que tiene: «potentísimo», aclara. «Estamos sufriendo, pesado es este dolor», enuncia.
«Naciones extranjeras invaden nuestro territorio y no hay interés político en sacarlos. La plata manda, no la ley». Y esas palabras son, de verdad, potentes. Toma la palabra Benigno Giménez Balbuena, Director de la Escuela Básica N° 5825 Contra Almirante Ramón Enrique Martino. Nos hace un resumen de la situación escolar. «Estamos muy alejados, olvidados», dice al contarnos de la ausencia del Estado. Y es que eso se repite en casi cualquier lugar del Paraguay. Esa ausencia es una política de Estado, esa falta es una directriz, la manera de estar a través del vacío. Le pregunto si enseña en ishir. Me contesta que no, que enseña en castellano pero luego traduce al ishir para la mejor comprensión. Los materiales están en castellano y los contenidos, forjados por un Ministerio que no asume la pluriculturalidad inscrita en la Constitución Nacional:
«En vez de estudiar quién era el Mariscal López, yo tengo que enseñar sobre nuestro chamán Ramón Ceballos, el Cacique Syr, Basybyky o el Capitán Pinturas.» ¿Qué le detiene? Armar una currícula, materiales didácticos y capacitar docentes no es una tarea fácil o gratuita. Estas cuestiones deberían estar contempladas en los presupuestos estatales. Luego pienso que si se hacen negociados hasta con la merienda escolar, ¿qué se puede pedir al Estado? (que reviente, se me cruza por la cabeza). Hablamos con muchos otros representantes de la comunidad. Pero lo que se entrevé es la conciencia sobre sus derechos a estas tierras, a la regularización jurídica de éstas. Saben perfectamente que sus vecinos compran tierras siendo extranjeros o nacionales y que la amenaza de la soja y las fumigaciones pueden convertirse en realidad. Todos piden políticas de creación de empleo. «La gente termina en las ciudades, sin demasiada posibilidad».
Culturalmente, los ebytoso de Puerto Diana han cedido a las presiones misioneras hace ya mucho tiempo, pero en sus mentes siguen brillando sus mitos, a veces, transculturados. Siguen pensando que la memoria no puede morir con ellos: «Este es mi libro -dijo Ceballos señalando su cabeza- si los muchachos no progresan, voy a llevarlo conmigo.»