«Una aproximación no rigurosa a los paisajes domésticos del Gran Chaco argentino».
Por la viajera argentina Agustina Pérez Rial
El 30 de abril dejé mi casa para convertirme en nómada por 30 días. Desde ese momento formo parte de una caravana extraña qu e se desplaza por el Gran Chaco argentino, boliviano y paraguayo. Resistencia-Campo del Cielo-Roque Sáenz Peña-Avia Terai-Pampa del Indio-Villa Río Bermejito- El Impenetrable-Nueva Pompeya-Castelli- Ingeniero Juárez, fueron las paradas de esta primera semana de viaje. Diferentes localidades, paisajes, personas y realidades que impactan en los sentidos y devuelven retazos en forma de fotos, relatos, diálogos. Espacios y tiempos compartidos con esa doble otredad de habitantes locales y viajeros de Argentina, Bolivia, España, Italia,Paraguay con los que me desplazo, también plenos ellos y ellas de acentos diversos.
Desde que piso el suelo de Resistencia, y a medida que el viaje avanza, el territorio va cobrando relieve en paisajes y personas. Las narraciones con las que nos vamos topando -y aquellas que busco y encuentro en los intersticios de las actividades programadas- me permiten pensar el proyecto que me convoca en este itinerario (La invención de lo cotidiano en el Gran Chaco: ¿Qué es una casa?»), ir trazando un mapa de espacios, habitantes y prácticas.
Los primeros días no son fáciles. Necesito reacomodar mi idea inicial a las condiciones del viaje. Aquellos que había supuesto como los principales obstáculos para realizar mi proyecto: lograr gestionar el vínculo con los habitantes locales e ingresar en sus casas para entrevistarles o vencer los hiatos lingüísticos que pudiera encontrarme, no aparecen como inconvenientes. Lo primero que me sorprende -y descoloca- es la hospitalidad con la que rápidamente mujeres, hombres y niños me reciben y abren las puertas de sus casas para dialogar conmigo. Una apertura que a veces me ubica en un lugar complejo para el encuentro y el acercamiento, que en este viaje son las formas de conocimiento que quiero explorar.
Como decía al iniciar este texto, somos una caravana extraña, no sólo por lo heterogéneo sino por la magnitud de su conformación. 26 personas, 7 autos, incontables cámaras y dispositivos de registro visual, audiovisual, de audio o simplemente cuadernos y lapiceras atentos a captar una palabra o una situación. Este transitar conjunto, uno de los puntos más interesantes del proyecto, es también uno de los principales inconvenientes al momento de encontrar un resquicio de intimidad para dialogar con los pobladores, criollos u originarios.
Después de unos primeros días de desconcierto sobre cómo manejar las entrevistas, de darme cuenta que el proyecto original contempla unas cronotopías (tiempos y espacios) otras a las que propone este viaje, encuentro que un elemento insiste y me lleva a pensar los cambios y afecciones de la cotidianeidad en el Gran Chaco Argentino en los últimos años. Una imagen comienza a abrirse lugar apenas salimos de Resistencia y reaparece en los pueblos que transitamos desde Pampa del Indio hasta Ingeniero Juárez, son las pilas de ladrillos acumuladas en los frentes de las casas.
No puedo dejar de pensar en una frase «ahorrar en ladrillos», leitmotiv que forma parte del sentido común de la clase media y alta de Buenos Aires. Sin embargo, miro estas acumulaciones, estos «ahorros» e intento desentrañar las causas. Pienso en algunas respuestas provisorias: el abandono de las técnicas constructivas tradicionales, que implicaban el uso del adobe y la madera,como método de prevenir enfermedades como el chagas o el fomento a la construcción como forma de mantener económicamente activa a una población que ha sido desplazada de otras actividades productivas. Ninguna de estas respuestas me conforma plenamente y en el medio de estas cavilaciones, dos entrevistas que me dan más herramientas para seguir pensando.»El ladrillo es una cultura colonizadora» me dice Edgardo Álvarez, alias «Chino», del Programa Pro Huerta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), y continúa: «en los planes de vivienda, lamentablemente, sigue rigiendo el determinismo tecnológico, formas de imponer tecnologías constructivas. No hay un cuidado por pensar de la mano de tecnologías que son propias de los pueblos originarios campesinos como, por ejemplo, el conocimiento tradicional de hacer tejas con palma».
Mientras que en Ingeniero Juárez una pareja de emigrados internos que hace más de veinte años abandonaron la ciudad de Buenos Aires para instalarse en Formosa y trabajar con las comunidades wichi de la zona, señalan que «por la conformación del suelo, la gente va haciendo ladrillos y apilándolos. Cuando logra juntar bastantes o consigue el dinero para el cemento comienza a construir su casa». Proceso de aculturación tecnológica habitacional, por un lado, resignificación de la posibilidad de «ahorro en ladrillos», por el otro. Creo que hoy este elemento constructivo, esta tecnología, ha modificado el paisaje. Hoy, el Gran Chaco, al menos lo hasta aquí recorrido, combina largos trechos verdes con pequeñas poblaciones dispersas en las que la (re)construcción habitacional parece imponerse, devolviendo las imágenes de ladrillos apilados que insisten como figura.
Coda. En un paréntesis que me permite la estadía en un hotel (el «Portal del Impenetrable») me encuentro en internet con las fotos de otra viajera a estas tierras. Una viajera cuya estadía en el Gran Chaco de más de cuatro meses desconocía. Es GreteStern (1904-1999), la fotógrafa alemana radicada en Argentina conocida por los foto-collages publicados en la Revista Idilio. En sus fotos no hay ladrillos, sólo adobe, madera y paja que sirven como marco para sus retratos. Miro sus imágenes (tomadas en 1964) y el contraste torna más evidente aún los cambios en los paisajes naturales, humanos y habitacionales del Gran Chaco. El viaje sigue y me pregunto cuáles serán en Bolivia y Paraguay las formas qué habrán adoptado las casas, qué procesos sociales, políticos y culturales habrán impactado en sus formas y constituciones.